Islas a la deriva by Ernest Hemingway

Islas a la deriva by Ernest Hemingway

Author:Ernest Hemingway
Language: es
Format: mobi
Tags: Narrativa Variada
Published: 2011-02-03T23:00:00+00:00


«¿Pero a qué seguir pensando en todo eso?» —se dijo—. El barón había muerto, los Krauts habían conquistado París y la princesa no había tenido un hijo. «No habrá sangre mía en ninguna casa real —pensó—, a menos que algún día me sangre la nariz en el palacio de Buckingham, lo cual parece poco probable.» Decidió que si no se presentaba algún criado antes de veinte minutos, iría él mismo al pueblo a comprar huevos y un poco de pan. «Es ridículo pasar hambre en tu propia casa», se dijo. Y añadió para sí mismo: «En todo caso, me encuentro demasiado cansado para ir a ninguna parte».

En ese preciso momento oyó pasos en la cocina y apretó el timbre que había bajo la mesa y oyó cómo resonaba dos veces a lo lejos.

El segundo criado entró con su vago aspecto afeminado, de falso san Sebastián, tímido, astuto y paciente.

—¿Ha llamado usted? —preguntó.

—¿Qué diablos crees que he hecho? ¿Dónde está Mario?

—Ha ido a buscar el correo.

—¿Qué tal siguen los gatos?

—Muy bien. No hay ninguna novedad. Big Goats sigue peleándose con el Gordo. Tuvimos que curarle las heridas.

—Boise parece más delgado.

—Sale mucho de noche.

—¿Y Princesa?

—Ha pasado unos días triste pero ahora come bien.

—¿Tenéis dificultad en comprar carne?

—Vamos a buscarla a Cotorro.

—¿Y los perros?

—Todos muy bien. Negrita ha tenido cachorros otra vez.

—Ya os dije que la encerraseis.

—Lo hicimos. Pero se escapó.

—¿Alguna otra novedad?

—Nada. ¿Cómo ha ido el viaje?

—Sin novedad.

Mientras hablaba breve y secamente con el muchacho a quien había despedido dos veces pero que había vuelto a tomar porque el padre se presentó ambas veces a rogar por él, entró Mario, el primer criado, con los periódicos y el correo y su rostro moreno tenía una expresión alegre, amable y bondadosa.

—¿Cómo fue el viaje?

—Un poco de borrasca al final.

–¡Figúrate! No me extraña. El viento del norte sopla muy fuerte. ¿Ha comido algo?

—No hay nada que comer.

—He traído huevos, leche y pan. Tú —gritó al segundo criado—. Prepara el desayuno del señor. ¿Cómo quiere los huevos?

—Como siempre.

–Los huevos como siempre —repitió Mario—. ¿Encontró a Boise esperándole?

—Sí.

—Esta vez sufrió mucho. Más que nunca.

—¿Y los otros?

—Sólo una pelea mala de verdad entre Goats y Fats. —Pronunciaba los nombres en inglés con verdadero orgullo—. La Princesa estaba un poco triste —añadió—. Pero ya pasó.

–¿Y tú? ¿Cómo sigues?

—¿Yo? —sonrió con timidez y con evidente complacencia—. Muy bien. Muchas gracias.

—¿Y tu familia?

—Todos muy bien. Gracias. Papá trabaja otra vez.

—Me alegro.

—Él también se alegra. ¿No ha dormido aquí ninguno de los otros caballeros?

—No. Se fueron al pueblo.

—Deben de estar cansados.

—Lo están.

—Hubo llamadas de algunos amigos. He anotado sus nombres. Espero que pueda identificarles. Los nombres ingleses son siempre muy difíciles para mí.

—Escríbelos tal como suenan.

—Es que me suenan de distinta manera que a usted.

—¿Llamó el coronel?

—No, señor.

—Tráeme un whisky con agua mineral —dijo Thomas Hudson—. Y leche para los gatos, por favor.

—¿Lo quiere en el comedor o aquí?

—El whisky aquí, la leche para los gatos en el comedor.

—En seguida —dijo Mario. Fue hacia la cocina y volvió con un whisky con agua mineral—.



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